En 1926, las hostilidades entre la Iglesia y el Estado llegan a su punto de ruptura. El enfrentamiento pospuesto desde las leyes de reforma lleva, en estos años de luchas intensas posrevolucionarias, a una de las rebeliones más controvertidas de la historia de México: el conflicto religioso.
Las primeras zonas del país que se levantan en armas son las controladas por la Unión Popular en Jalisco, las zonas limítrofes de Nayarit, Zacatecas, Guanajuato y Michoacán; al poco se unen Colima y Nayarit. Los Altos de Jalisco representan uno de los focos de insurrección más importantes; ahí luchan activamente tres de los cinco curas combatientes: el padre Aristeo Pedroza, el "tristemente célebre" padre José Reyes Vega y el padre Pérez Aldape. También por estos rumbos permaneció monseñor Orozco y Jiménez, quien rechazaba la lucha armada, pero prefirió permanecer con sus feligreses para llevarles la cura de almas. Con el tiempo monseñor Orozco es considerado la cabeza del movimiento y los rebeldes son conocidos por su grito de batalla como: los cristeros.
Una de las características importantes de los inicios del movimiento cristero fue que carecía de caudillo, los líderes salían del convencimiento de su misión cristiana, aún careciendo de armas y equipo.
La lucha fue un enfrentamiento desigual. El ejército bien armado, comido y vestido, llamado por el pueblo: "los federales", se encontraba al mando del Secretario de Guerra y Marina Joaquín Amaro, conocido "comecuras" por su postura anticlerical. En 1927 el ejército contaba con 79 759 hombres; pero la desigualdad de hombres y armas no detuvo a los cristeros; donde la insurrección parecía ser aplastada, a los pocos días resurgía. La ferocidad de la milicia y el ensañamiento con la población civil, hizo que los cristeros fueran apoyados por la población y las autoridades políticas de la localidad. Tácticamente, el movimiento cristero superaba a las milicias regulares: organizados en pequeños grupos, por la falta de parque y armas, atacaban, intempestivamente, y después se retiraban a la sierra, en donde su profundo conocimiento del terreno y siendo excelentes jinetes, les permitía huir rápidamente
Otro factor importante en el desarrollo de la lucha cristera, fue la formación de las brigadas femeninas Santa Juana de Arco (BB). La primera brigada se formó en el 21 de junio de 1927 en Zapopan, Jal. Al principio estuvo compuesta de 17 mujeres, pero a los pocos días contaba con 135 miembros. Su labor consistía en procurar dinero, provisiones, informes, refugio, cura y protección a los combatientes, la consigna de las BB era el voto de silencio, que permitió un trabajo más efectivo. Las mujeres inicialmente se reclutaron de los colegios católicos, pero con el tiempo, se incorporaron las mujeres campesinas.
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